Todos los años, el IES Cantabria organiza un concurso literario. Este año el tema ha tenido el PAISAJE como protagonista. Los participantes del concurso han logrado integrar el paisaje como elemento narrativo, detonante de acciones, o incluso como un personaje en sí mismo. Este curso, como es habitual, los participante han sido muchos. Os damos las gracias a todos y os animamos a que sigáis participando con vuestros relatos.
Los ganadores han sido:
1er. Premio. 1º ESO
"Amor incondicional" de Mía Casal Haya de 1º C
IGLÚ (PAISAJE ÁRTICO)
Érase una vez, una familia de esquimales que habitaban en un iglú hecho con esfuerzo y dedicación. Avivi, era la pequeña de la familia. A pesar de su corta edad Avivi era intrépida y curiosa.
Un día, su familia se encontró a un niño perdido por el Ártico, pero este tenía algo diferente a ellos, no era un Esquimal. El niño venía de otra cultura desconocida para la familia de Avivi. “¿De dónde vienes, pequeño?” Le preguntó la madre. Sin embargo, no obtuvieron respuesta. De vez en cuando el pequeño hacía algún ruido extraño, por lo que los esquimales suponían que hablaba en otro idioma. Como no sabían dónde dejarle, decidieron que viviría en su iglú hasta que encontrasen algo mejor.
Al día siguiente, mientras Avivi buscaba respuestas, se encontró un iglú nuevo. Avivi se decidió a entrar. Dentro del Iglú, Avivi se encontró a un sabio. “Buenos días, señorita” le dijo el sabio.
La pequeña niña esquimal se sorprendió cuando el sabio (llamado Julio) dijo que podría responder cualquier pregunta que la niña tuviese.
“Me gustaría saber si las familias de otras culturas se aman” fue lo que Avivi preguntó.
“¿Por qué preguntas eso?” dijo Julio el sabio.
“Hemos encontrado a un niño perdido por el Ártico, pero no es un esquimal, no entiendo cómo sus padres podrían dejarle solo” respondió Avivi.
“Oh, pequeña. Tal vez ese niño del que me hablas se haya perdido accidentalmente. De igual manera, me gustaría que te respondieras tú misma a la pregunta que me has hecho inicialmente. Si estás dispuesta, mañana te llevaré a la India, después a México, a Japón y así continuamente hasta que tú misma saques conclusiones.”
A la mañana siguiente, Avivi ya tenía hechas las maletas para su largo viaje. Se despidió de su familia y del pequeño niño que habitaba temporalmente en su casa.
Cuando llego a la primera familia, se encontró a una mujer, un hombre, un niño y una niña. Todos llevaban un extraño punto rojo en la frente y estaban bailando algo que según ellos se llamaba: La danza del amor.
Cuando acabaron, la madre puso a sus dos niños en la cama y después de darles un beso les dijo “main tumse pyar kartha hoon” que significa “te quiero”
Con la segunda familia, Avivi hayó a una mujer, un hombre y un niño. Estos se encontraban cenando fajitas picantes mientras cantaban una canción al unísono que los mariachis. “Que chido está esto papi” dijo el niño. Después la madre dijo a su esposo y a su hijo “que bellos que son, os amo mis amorcitos”
Llegó la tercera familia, y se encontró con una mujer y su niña. Ambas vestían un kimono y estaban plantando varias plantitas en su hermoso jardín. Cuando terminaron se dieron un abrazo.
A medida que Avivi viajaba de un país a otro, su mente se fue llenando de nuevas imágenes y sonidos. Al principio, todo le parecía un poco extraño: los colores, las costumbres, hasta las palabras que sonaban tan diferentes. Pero a cada paso que daba, algo empezaba a cambiar dentro de ella. En la India, comprendió que el amor se puede demostrar a través de gestos tan simples como la danza. También algunos más complejos como los rituales. En México, vio cómo las familias se unían alrededor de una mesa, riendo y compartiendo. El amor se encontraba en cada palabra, en cada broma. Cuando visitó Japón observó como el amor podía ser silencioso, en los detalles, como el cuidado de las plantas y el abrazo entre madre e hija.
Con cada experiencia, Avivi se fue haciendo más sabia. Su mente se abrió a nuevas formas de ver el mundo, y su corazón se hizo más grande, más empático. El amor ya no era algo que se limitaba a su hogar en el Ártico; ahora entendía que el amor era algo universal que unía a las personas más allá de las fronteras y las diferencias.
Al regresar a su Iglú, Avivi miró al niño perdido con otros ojos. Ya no le veía como alguien ajeno, como alguien que no encajaba. Ahora le veía como a un niño como cualquier otro, con un corazón que, aunque hablaba un idioma diferente, latía de la misma forma que el suyo.
1er. Premio. 3º ESO
"El reino oculto de Zhangjajie" de Elsa Gil Prada de 3º-B
ZHANGJIAJIE NATIONAL FOREST (CHINA)
El sol apenas comenzaba a asomarse sobre las imponentes torres de piedra de Zhangjiajie, un paisaje surrealista donde las formaciones rocosas emergen como dedos de gigante, cubiertas de vegetación espesa. Este bosque, famoso por su belleza natural, era uno de los destinos más remotos y peligrosos de China. Decían leyendas que aquí, en el fondo de este habitad tan único, habitaban criaturas especiales y monstruosas únicas en su especie. Un grupo de exploradores se había adentrado en sus profundidades con la misión de encontrar un tesoro oculto que llevaba años escondido.
Era el tesoro de el emperador Fenghuagüe, un rey antiguo de una tribu salvaje que se dice que habitaba allí. La leyenda decía que el pueblo de Fenghuagüe se podía comunicar con los animales y criaturas que habitaban en el bosque de Zhangjiajie y eran los súbditos y soldados del reino. De hecho, se dice que allí habitaba el mas temible de los monstruos bajo las ordenes del emperador, era quien defendía a los humanos del reino y el jefe de las bestias. El tesoro tenía un valor incalculable, uno de los tesoros mas grandes de la antigua china, pero nunca se había encontrado el lecho de este imperio, ni siquiera ruinas que comprobaran su existencia. En efecto, el bosque era un lugar muy peligroso por lo que no muchas investigaciones habían sido completadas, muchos de los exploradores e historiadores que se habían adentrado en el nunca habían vuelto a salir.
El equipo estaba formado por: Rhi, la líder del grupo era una militar de élite estadounidense con carrera de arqueología e historiadora. A su lado estaba Lydia, una geógrafa experta en mapas y cartografía, había elaborado una serie de mapas he imágenes de la zona de Zhangjiajie a la que se adentraban. Haoyug, un exsoldado de las fuerzas especiales chinas con habilidades de supervivencia de élite, y Mei, una soldado de las fuerzas especiales americanas.
El grupo había llegado allí en helicóptero, aterrizando en la zona este del bosque. Habían estado caminando dos días por la selva, descendiendo a través de los estrechos senderos de piedra, rellenando sus cantimploras en cuanto veían un riachuelo. Las primeras noches habían encontrado pequeñas cuevas para acampar a pasar la noche. Ese día estaban caminando en fila por un alto desfiladero. Iban armados con rifles, machetes y puñales. Cuando llevaban unas cuantas horas caminando y el sol ya había empezado a descender en el cielo, la vegetación se estaba haciendo mas densa y los sonidos de animales como pájaros o insectos de estaban acallando. El grupo tuvo que desenfundar sus machetes para poder atravesar los densos arbustos y la hierba alta hasta la cintura y seguir con su travesía. Cuando el sol se empezó a ocultar en el horizonte, el equipo decidió parar a pasar la noche en un sitio que habían encontrado que les daría protección al clima nocturno. Se tratan de un enorme árbol caído contra una gran piedra pegada a la montaña donde podrían resguardarse en caso de lluvia.
— Dios sabe que hizo que este árbol se cayera, es enorme — dijo Rhi, señalando el árbol con la cabeza.
— Suerte para nosotros, que tenemos donde dormir — apuntó Mei, mientras desplegaba su saco de dormir y se tumbaba encima con las manos bajo la cabeza.
Lo cierto era que algo muy grande de tenía que haber estrelladlo contra él.
— Tienes razón — respondió Rhi, y se dispuso a sacar su saco de la mochila.
— Iré a ver si hay algún animalejo para comer por los alrededores — dijo Haoyug mientras cogía su arco y el carcaj de flechas y de los echaba al hombro.
— Vale, pero no te alejes mucho — le ordenó Rhi.
Con un asentimiento de cabeza Haoyug salió del refugio y pronto se perdió entre la maleza. Esa noche la jungla estaba especialmente callada, había un silencio inquietante que se hacía cada vez más palpable. Media hora después Haoyug volvió a aparecer en la cueva.
—No hay un solo animal en los alrededores, ninguno se ha acercado a mis trampas y no he escuchado ningún sonido. Tendremos que tirar de provisiones hoy —anunció.
Encendieron una pequeña hoguera y empezaron a sacar comida guardada de sus mochilas. La noche se hizo mas profunda y después de un día tan intenso de caminata a todos se les cerraban los ojos. Se fueron a dormir mientras Mei hacía la primera guardia, apostada contra la piedra con los ojos alerta. Al cabo de un tiempo, un ruido sordo comenzó a retumbar en la distancia, árboles comenzaron a moverse, y un extraño crujido llenó el aire. Mei se movió alerta y fue a despertar a los otros que se levantaron en un instante con las armas en mano.
—Algo se está moviendo por ahí… —dijo Mei en voz baja, mirando alrededor con cautela.
De repente, una horda de monos, de tamaño descomunal, de dos metros de altura, con un par de colmillos del tamaño de dedos humanos saliéndoles de la boca, aparecieron de entre los árboles. Sus ojos brillaban con una intensidad inhumana, y sus cuerpos musculosos se movían con una rapidez. El grupo retrocedió con los machetes y rifles levantados en alto instintivamente. Los monos no estaban solos. A su alrededor, se alzaban otras criaturas salvajes: jinetes de hienas con rostros humanos, tigres de pelaje negro como la sombra, y serpientes gigantes que se deslizaban sigilosas por el suelo. Un ejército entero de animales salvajes había salido de las profundidades de la jungla.
—¡Nos están rodeando! —gritó Lydia, mientras los animales se acercaban, a menos de cincuenta metros ahora.
Antes de que pudiera terminar de hablar, los monos, atacaron. Los animales saltaron hacia ellos, emitiendo gritos salvajes. El equipo se puso en acción rápidamente. Haoyug, Rhi y Mei dispararon a los monos que se les acercaban, derribándoles con una precisión letal, mientras corrían en dirección contraria a los animales.
—¡Allí! ¡Vamos hacia allí! —exclamó Lydia, señalando con el dedo hacia una colina mas alta, a unos ciento cincuenta metros, con una gran cueva que se adentraba en la tierra, taponada por mas arboles caídos, pero con el espacio necesario para que un humano pasara por los huecos a diferencia de animales gigantes.
El equipo comenzó a correr hacia la cueva, con los monos siguiéndolos de cerca. Cuando llegaron a la base de la colina, comenzaron a subir rápidamente, sin dejar de derribar animales a sus espaldas. Los animales les pisaban los talones, si no corrían mas rápido no llegarían a adentrarse en la cueva para protegerse.
La situación se volvía desesperada. Corrieron con todas las energías que les quedaban, pero entonces la tierra comenzó a temblar. Algunas piedras de la colina se desprendieron y empezaron a rodar hacia abajo. El equipo de agarro al suelo y a las ramas para no caerse. Los monos y animales salvajes se quedaron inmóviles, con sus ojos fijos en la cueva.
Desde lo profundo de la cueva, un rugido feroz y primitivo sacudió el aire. Una llamarada dio contra los arboles caídos desde dentro de la cueva, que se convirtieron en cenizas después de romperse cuando emergió una figura gigante: un dragón negro, cuyo cuerpo estaba cubierto por escamas tan oscuras como la noche. Tenía una enormes y majestuosas alas que batía violentamente enviando ráfagas de viento a donde estaba el equipo. El dragón rugió al cielo, un sonido escalofriante. Los monos y las hienas, por un momento, se quedaron paralizados, como si estuvieran frente a un dios, un animal mucho mas poderoso que ellos. Rhi, Haoyug, Lydia y Mei se miraron aterrorizados. Ese debía de ser el monstruo del que hablaban las leyendas. Pero debía de tener cientos de años si seguía vivo desde la caída del imperio de su rey. Sin embargo, el dragón no atacó. Se quedo mirando fijamente al grupo, muertos de miedo bajo la mirada implacable de dragón. Este se giró hacia los animales, y con un grito que hizo retumbar las rocas, comenzó a despedazar a las criaturas salvajes. Los monos retrocedieron, asustados, mientras los tigres, serpientes y hienas huyeron aterrados.
—Es…es el monstruo del emperador, el líder de los animales, el protector del reino humano —dijo Rhi con incredulidad en su voz.
Era una idea imposible, pero nadie podía negar lo que estaban viendo. Los animales huyeron, dejando unos cuantos cadáveres de los de su especie atrás, algunos quemados o despedazados. Cuando todos los animales se hubieron escondido, el imponente dragón, de unos quince metros de altura, se giro hacia ellos, manteniéndoles la mirada. Con un leve asentimiento de cabeza alzó el vuelo y volvió a meterse en la cueva. Sin los arboles taponando la entrada se podía ver una enorme caverna al fondo del túnel.
—Tenemos que irnos. Ahora. Vamos —ordenó Rhi, recuperando la compostura.
Mientras se preparaban para continuar su camino, el sonido lejano del dragón gruñendo en la distancia resonó como un recordatorio de que, en este rincón del mundo, los humanos no eran los únicos que gobernaban la tierra. El dragón era sin duda en monstruo del emperador Fenghuagüe, el protector de su reino humano. Por eso, llevado por su instinto protector había atacado a los animales para protegerles. Los animales asustados le habían mirado con sumisión y terror, habían mirado a su líder, mucho mas poderoso que ellos.
Y, aunque su misión no había sido completada, al menos por ahora, habían logrado sobrevivir a lo imposible.
PREMIOS ACCÉSIT
Primer premio
"Proyecto Yosemite" de Nadia Andrés Míguez de 2º ESO-A
YOSEMITE NATIONAL PARK (CALIFORNIA)
Mi pequeño pueblo de San Francisco estaba prácticamente vacío. Nadie paseaba por cualquier parte que estuviera tan cerca del Yosemite National Park. La gente estaba aterrada. Desde hacía un par de años, nadie pagaba los 35$ por entrar.
Recordé que el pan del día anterior sería difícil de masticar. Estaría duro como una piedra, no se podría tragar y caería como plomo a mi pobre estómago. Me acerqué a la panadería más cercana. Era muy antigua y ya casi nadie entraba. Sus paredes eran de ladrillos de piedra, con un cartel enorme hecho de madera en la puerta dándote la bienvenida. Había un par de señoras haciendo cola, cuchicheando. Me puse detrás de ellas y mantuve los oídos activos para poder escucharlas bien, siempre me decía mi padre que esa era mi gran habilidad, mi superpoder.
—¿Sabes lo que me ha dicho Rose? —susurró la mujer de pelo corto y canoso. Sobre el puente de la nariz tenía unas gafas muy gruesas, que le hacían parecer que tenía los ojos diminutos. Llevaba una trenca larga, de color marrón y tenía apariencia delgada y de poca estatura —. Me ha contado que están investigando a el dueño de esta tienda.
—¿De verdad? Ya pensaba yo que este hombre era muy raro —dijo con un hilo de voz —. Sin salir de casa nunca y siempre entre las sombras.
Se abrió la puerta de la trastienda, impregnando el lugar con un delicioso aroma a pan recién horneado. De ella, salió un varón alto, ancho con una bandeja llena de bollos con azúcar espolvoreado. Era de tez negra y le caracterizaba su gran nariz chata y su aspecto desalineado. Tenía barba de unos pocos días y el pelo muy rizado alborotado.
En cuanto lo vieron, las mujeres se callaron. El viento golpeaba las ventanas de forma violenta, haciéndolas temblar. Un escalofrío me recorrió el cuerpo, haciéndome pensar en ese bosque de sequoias que se tragaba a las personas.
¿De verdad creían estas mujeres que ese humilde hombre era un asesino? Quizá simplemente era un hombre solitario. No pensaban en sus sentimientos, lo aislaban completamente, como si le castigaran. No había ningún indicio que apuntara a él, sin embargo, nadie le preguntaba, todos inventaban historias inverosímiles. Que no se sostenían por ningún sitio. El mundo estaba tomándose la justicia por su cuenta. Mi mente no paraba de dar vueltas, intentando buscarle una explicación a lo inexplicable. En verdad sí que había una explicación: la crueldad de la gente. Yo no era capaz de llegar a otra conclusión. Ese hombre era como cualquier otro del pueblo, excepto porque todos en el pueblo eran blancos y él no. ¿Qué tenía eso que ver? No lo sabía en ese momento ni ahora, supongo que nunca lo sabré.
—¿Qué vas a querer, chaval? —Su voz grave me asustó. Ya no estaban las mujeres en la tienda. Paralizado por el miedo, me quedé mirando a sus ojos oscuros. No supe reaccionar y salí corriendo por la puerta de la tienda, haciendo sonar la campanita de la entrada en mi huida. Fui directo al Yosemite. Ese lugar que tantos recuerdos alberga. Desde los mejores hasta los peores. Mis primeros pasos, donde aprendí a montar en bicicleta. El lugar en el qué me fije en alguien por primera vez. Aunque tiempo después nos fuésemos, perseguidos por un fantasma, para acabar regresando de nuevo. Al parecer, aquello no sirvió para nada.
Cada vez que llegaba a esa entrada, que a veces estaba llena de policías, tenía una extraña sensación, un mal presentimiento. Pasé por el sitio secreto, solo nosotros lo conocíamos. No podía contárselo a nadie, al menos eso decía él. No debía dejarme ver, tenía que usar mi superpoder. “Escucha, escucha” decía mi voz interior.
Silencio.
Esa era mi señal, la nada. Me metí por un tronco y salí por un extremo. Era muy delgado. Algunos pensarían que me hacía parecer débil, pero yo creía que servía de mucho, como una herramienta. Observé con atención las altas montañas, los árboles se ondeaban y los pajarillos revoloteaban y cantaban al son. Tenía unas piernas cortas, pero no me impedían recorrer largas distancias, estaba bien entrenado. Llegué hasta el agua cristalina del lago, el punto de encuentro. Allí me debería de estar esperando.
Me sorprendí por un crujido lejano. Estaba seguro de que era él. Quién sabía, probablemente yo sería el siguiente. Me resbalé al intentar subirme a las rocas, una manera divertida de llegar hasta él. Estaba calado hasta los huesos, el agua había llegado hasta mis calcetines. Las montañas me observaban mientras las enormes ramas de los árboles rojizos me saludaban. Salté por las piedras mojadas con los dos pies a la vez. Me sentía un superhéroe (o villano) con mis zapatillas, sin importar que tuvieran agujeros y que los pulgares me asomaran por las puntas.
—Ya estabas tardando —dijo en bajito. No sabía por qué hablaba así, el parque siempre estaba vacío.
—Perdóneme, padre, lamento mi tardanza—. La voz me temblaba siempre que cruzaba palabras con él, me aterrorizaba que me hiciera daño. Me obligaba a tratarle de usted y con el mayor respeto posible. Al fin y al cabo, me necesitaba, si no ya se habría desecho de mí en el momento en que nací. Si no me hubiese visto como un arma, no seguiría con él. Tenía la seguridad garantizada durante un tiempo.
Le seguí para ir hasta nuestro escondite, dónde se escondían todos con nosotros. Pasados los años, me doy cuenta de que ese bosque era mi maldición. Estaba atado a él desde que tengo memoria, y me perseguirá por el resto de mi vida. En el que había desaparecido tantos niños, adolescentes y adultos. En el lugar que todos pensaban que los árboles tenían unos dientes afilados que masticaban a las personas. Me sentía afortunado por ser el único que sabía que lo que en realidad les quitaba la vida a esas personas eran cuchillos de cocina, naturalmente de la misma marca.
Tantos senderos había en el Yosemite que nunca seguíamos ninguno. Caminábamos entre la maleza, aplastando las hojas naranjas y marrones con las que aprendí los colores.
Finalmente, llegamos hasta el búnker subterráneo, otra cosa que aprendí a nombrar hace no mucho. Padre despejó con el pie la tierra, descubriendo una trampilla muy bien escondida. Se agachó y la abrió. Se adentró en ese agujero negro y yo bajé con él. Cuando llegué abajo la luz ya estaba encendida. Mala señal. Tumbados por orden de edad en el frío suelo de cemento estaban 24 personas. Había tres nuevas, las mujeres que estaban charlando en la panadería y alguien que no conocía. Las demás caras sí que me resultaban familiares. Padre me había usado para atraerlas al bosque, obligándome a decir que había alguien herido o algo similar. Allí, les esperaba mi padre para hacerlas desaparecer, y haciendo creer al resto de California que las personas que entraban al Yosemite desaparecían, que los árboles se las tragaban. Así, conseguía que se quedara vacío y poder seguir llevando a cabo sus “proyectos”.
Me acerqué a la tercera mujer nueva, la desconocida. Tenía un collar con un corazón y su nombre, “Rose”. La mujer de la que hablaban las señoras de la panadería.
—¿Ves? Esto les pasa a los que nos intentan quitar el mérito. Las cotorras que van acusando a gente sin saber la realidad. Es mejor que nadie sospeche de nadie, sea verdad o no. No me gusta que cuenten mentiras, ¿entiendes James?
Mi yo de cinco años asintió. No entendía lo que pasaba, solo que le tenía miedo. Pensaba que eso era normal, era mi realidad. No conocía nada externo a aquello. Para mí, esas personas debían morir. No recordaba algo distinto, desde que falleció mi madre hasta ese momento. Cuando eso ocurrió, nos fuimos de la ciudad, yo tendría dos años. Pero padre se volvió loco, no podía vivir sin su Yosemite, el parque donde vivíamos ilegalmente. Acabamos volviendo poco después, y los crímenes empezaron. Según padre, esto era el “proyecto Yosemite”.
Todas sus víctimas tenían el cuello cortado. Morían cera de la orilla del lago, sobre las hojas secas, a veces con los ojos abiertos y otras cerrados. Cuando los volvía a ver, eso cambiaba y mi padre se los cerraba. El mismo proceso se repetía una y otra vez, repitiendo el asesinato de mi madre.