Alumnas premidas en el concurso "Los animales y la literatutra". Estos son los relatos ganadores:
Primer premio
SOFÍA SANZ DEL PINO 2º ESO-A
"El sanador de caballos"
Hoy me habia levantado temprano. Me vestí lo más rápido que pude y salí sigilosamente de mi habitación. Tenía muy clato que si alguien me veía todo se habría acabado. Cogí una bolsa y en ella metí todo lo necesario, un lazo, unas cuantas manzanas y unos terrones de azúcar.
Cuando salí a la calle me relajé al sentir el fresco y puro aire del valle llenando mis pulmones. Era un día nublado en Yorkshire, una zona campestre situada unas horas de Londres. El sol se asomaba tímidamente entre las nubes y la brisa movía briznas de hierba. Era mi último día en la casa rural, si no lo lograba hoy todos mis esfuerzos habrían sido en vano.
Al lado de la cada se encontraban una pequeña pista exterior y unas cuadras para los caballos. Teníamos dos caballos y unas yegua, de capas palominas y alazanes.
Miré atrás y un segundo después salí corriendo a la parte sur del valle. La arboleda estaba cada vez más cerca y la casa se iba quedando atrás hasta que solo se veía en mitad de unn fondo verde.
Había llegado. Los árboles creaban una ambientación mágica junto a las distintas especies de plantas. Tenía que hacerlo. Tenía que meterme ahí dentro. Sin mirar atrás, me adentré entre la maleza.
Las ramas me arañaban la piel y las zarzas se enganchaban a mi ropa. "No tengas miedo y sigue hacia adelante", era lo que oía en mi cabeza. Los árboles trazaban nudos imposibles y eran tan frondosos que apenas se veía el cielo entre las hojas. Sabía que llegaría un punto en el que no podría seguir caminando o me quedaría atrapada entre los árboles. Había dejado el móvil en casa para no caer en la tentación de contestar si mis padres me llamaban. También colgué una nota en la nevera de la cocina diciendo que me iba a dar un paseo, pero llegaría el momento en el que mis padres se preocuparía.
Antes de que pudiera advertirlo había llegado a la pradera. Era una gran superficie de hierba enorme con un riachuelo que cruzaba sinuosamente entre algunas rocas. Las nubes habían empezado a disuadirse y la brisa era un poco más fría. Salí de mi entumecimiento y empecé a caminar, casi a correr hasta que la vi.
Detrás de un árbol (uno de los pocos que había en el claro) encontré lo que estaba buscando. Una yegua negra pastaba tranquilamente, tenía dos calcetines blancos y una mancha en la frente. Hace un año la había visto en ese mismo prado. Había entrado por la ruta norte, mucho más larga pero con un sendero marcado y seguro. La habia llamado Lluvia, porque sus ojos eran expresivos como una tormenta eléctrica.
-Lluvia-la llamé en el tono más amable que puede.
Esta giró la cabeza y me miró. Tras un momento de vacilación se acercó a mí. No me lo podía creer. ¡Se acordaba de mí! Había pasado todo un año, trescientos sesenta y cinco días en los que poco a poco se olvidan las cosas. Pero ahí estaba, mi preciosa yegua acercándose hacia mí. No pensé que fuera a funcionar y tardé unos segundos en recordar el plan y cómo ejecutarlo.
-Cuánt has crecido eh, no me esperaba verte este año, bichito-dije mientras le daba unas palmaditas en el cuello y ella agitaba la cabeza y relinchaba. Le di una manzana, que ella se zampó impacientemente. Saqué un ramal y una cabezada de la bolsa. Era ahora o nunca, había que intentarlo. La enseñé la cabezada y dejé que lo oliera.
-Supongo que nunca te han puesto una cabezada, pero siempre hay una primera vez para todo- dije tanto para calmarla a ella como a mí.
Podia pasar cualquier cosa. Elevé la cabezada hasta el punto de que Lluvia pudiera verla bien pero sin asustarse. Justo cuando iba a acercársela un poco más mordió la cabezada y se la llevó junto al ramal a la orilla del río. Había pensado que pasaría cualquier cosa menos eso.
-Veo que no te gusta la cabezada, pues tendremos que seguir sin ella-. La volví a llamar y cuando se acercó le dí un terrón de azúcar. La acaricie la grupa y con un pequeño impulso me subí.
Lo había hecho. Oh, dios mio, lo habia hecho. Dio un pequeño bote y echó las orejas hacia atrás. "Prepárate para caer" me dije a mí misma. Me miró muy asustada. Entonces como si supiera exactamente qué tenia que hacer empezó a galopar. Otra vez volvía a sorprenderme, no habia pensado que se pondría a galopar. Estaba maravillada, tenía un galope excepcional, sus capacidades eran extraordinarias. Lo que hizo a continuación provocó que se me saliera el corazón del pecho. Iba directa al río. Nos íbamos a matar lo tenía claro. La barbaridad de cosas que podía haber en ese río. A ese ritmo se podría romper una para fácilmente si chocaba contra una piedra o aún peor, nos podíamos estrellar las dos y tener problemas serios. No había pensado en las consecuencias gravas que podría tener su loca aventura. ¿Que dirían sus padres si acababan en el hospital? La yegua aceleró el paso lo cual parecía imposible.
¡Lluvia, para por favor!- podía contar los trancos que le quedaban antes de hundirse. Tres trancos más y sería comida para peces.
Lluvia saltó y yo no me veía preparada. Todo pasó muy rápido. Hundió los anteriores en la blanda tierra y yo me vi despedida hacia delante. Ella se puso de manos, pero en vez de salir corriendo se acercó y me empezó a revolcar con la cabeza. Me empecé a reir. No había palabras para describir lo que había sentido. Me volví a subir, esta vez con más seguridad y me dirigí a casa, esta vez por la ruta del norte con una sonrisa imborrable en el rostro.
Nunca había visto a mis padres tan estupefactos. Mi madre tenía la boca abierta y a mi padre se le salían los ojos de las órbitas. Mi hermano parecía satisfecho con lo que había hecho, no sabía por qué, pero su mirada y su sonrisa lo dejaban bien claro.
Después de un lalrgio silencio, mi madre empezó a hablar.
-Cariño, ¿estás bien?- dijo mi madre mirando a mi rodilla izquierda. Con todo lo que había pasado no me había percatado de que tenía los pantalones rotos y una herida abierta que manaba sangre roja.
-Sí, estoy perfectamente-dije en un tono tranquilizador.
-¿Pero qué has hecho? ¿Y de dónde ha salido esa yegua? ¿A dónde has ido?- dijo mi padre sin entender qué estaba pasando. Expliqué la historia ¿cómo había conocido a la yegua, cuáles eran mis intenciones, el camino que habia recorrido, todo lo que había pasado (intentando no detallar mucho en la parte de la caída y explicando lo bien que se había comportado). Mi hermano, que no había hablado hasta el momento y había estado con una media sonrisa mientras contaba lo sucedido habló:
-Creo que se merece quedarse a la yegua- Todos le miramos sorprendidos, tanto que nunca me defendía (siempre suele ponerse en mi contra) y por la idea tan descabellada- Vamos no me miréis así creo que se lo merece, por todo el empeño que ha puesto.
Lo que pasó después fue una mezcla de discusión sobre lo que había hecho y qué hacer con la yegua. Estuvimos horas hasta que conseguimos convencer a mi madre, la única que no acababa de pensar que la cosa fuera a salir bien.
Era el día más feliz de mi vida. Iba a poder estar con Lluvia todos los días. La iba a montar y a entrenar. Tenía mucho potencia. Y al final aprendí, que merece la pena luchar por lo que deseas y realmente amas y arriesgar lo necesario por ello.