Se aproxima el día de San Valentín y hemos organizado en la biblioteca, el próximo jueves día 14, las siguientes actividades para celebrar este día tan especial:
Exposiciones:
Libros de poesía y novelas de amor en la sala de lectura. Apartado especial: "El amor en la mitología griega".
Recital poético por los alumnos de ESO y Bachillerato durante el segundo recreo.
Reparto de poemas con sorpresa incluida durante toda la jornada.
TE ESPERAMOS PARA REGALARTE UN POEMA
OS DEJAMOS LOS RELATOS DE AMOR EN LA MITOLOGÍA GRIEGA PARA QUE DISFRUTEIS DE SU LECTURA:
PIGMALION Y GALATEA: Fría como
una piedra
Era de Chipre el escultor Pigmalión, artista que
no gustaba de las mujeres porque, según consideraba, éstas eran imperfectas y
pasibles de muchas críticas. Y tan convencido estaba del acierto de su opinión,
que resolvió no casarse nunca y pasar el resto de su vida sin compañía femenina.
Pero, como no soportaba la completa soledad, el artista chipriota esculpió una estatua de marfil tan bella y perfecta como –según juzgaba_ ninguna mujer verdadera podría serlo. Y, de tanto admirar su propia obra, acabó enamorándose de ella. Le llegó a comprar las más bellas ropas, joyas y flores: los regalos más caros. Todos los días pasaba horas y horas contemplándola, y, de cuando en cuando, besaba tiernamente sus labios fríos e inmóviles. Tal vez hubiera vivido hasta el fin de sus días ese amor silencioso, de no ser por la intervención de Venus, pues la diosa era objeto de intenso culto en la isla donde vivía Pigmalión. En su homenaje se celebraban las más pomposas ceremonias y los más ricos sacrificios, y su templo de Pafos, por ejemplo era el más importante de los santuarios venusinos de todo el mundo helénico.
En una de esas fiestas el escultor estuvo presente. También ofreció sacrificios y elevó al cielo sus ardorosas suplicas: “A vosotros ¡oh dioses!, a quienes todo es posible os suplico que me deis por esposa” –no se atrevió a decir mi virgen de marfil- “una doncella que se parezca a mi virgen de marfil.
Pero, como no soportaba la completa soledad, el artista chipriota esculpió una estatua de marfil tan bella y perfecta como –según juzgaba_ ninguna mujer verdadera podría serlo. Y, de tanto admirar su propia obra, acabó enamorándose de ella. Le llegó a comprar las más bellas ropas, joyas y flores: los regalos más caros. Todos los días pasaba horas y horas contemplándola, y, de cuando en cuando, besaba tiernamente sus labios fríos e inmóviles. Tal vez hubiera vivido hasta el fin de sus días ese amor silencioso, de no ser por la intervención de Venus, pues la diosa era objeto de intenso culto en la isla donde vivía Pigmalión. En su homenaje se celebraban las más pomposas ceremonias y los más ricos sacrificios, y su templo de Pafos, por ejemplo era el más importante de los santuarios venusinos de todo el mundo helénico.
En una de esas fiestas el escultor estuvo presente. También ofreció sacrificios y elevó al cielo sus ardorosas suplicas: “A vosotros ¡oh dioses!, a quienes todo es posible os suplico que me deis por esposa” –no se atrevió a decir mi virgen de marfil- “una doncella que se parezca a mi virgen de marfil.
Atenta , la diosa del amor escuchó su súplica, y para mostrar a Pigmalión que
estaba dispuesta a atenderla, hizo elevar la llama del altar del escultor tres
veces más alto que las de los otros altares; pero el infeliz artista no
comprendió el significado de la señal.
Salió del santuario y, entristecido, tomó el camino de su casa. Al llegar, fue a contemplar de nuevo la estatua perfecta. Y después de horas y horas de muda contemplación la besó en los labios. Tuvo entonces una sorpresa: en vez de frío marfil, encontró una piel suave y una boca ardiente. A un nuevo beso, la estatua despertó y adquirió vida, transformándose en una bella mujer real que se enamoró perdidamente del creador.
Para completar la felicidad del artista, Venus propició la unión y le garantizó la fertilidad. Del casamiento nació un hijo, Pafo, que tuvo la dicha de legar su nombre a la ciudad, consagrada a la diosa, que había nacido alrededor del santuario dedicado al numen de la atracción universal.
Salió del santuario y, entristecido, tomó el camino de su casa. Al llegar, fue a contemplar de nuevo la estatua perfecta. Y después de horas y horas de muda contemplación la besó en los labios. Tuvo entonces una sorpresa: en vez de frío marfil, encontró una piel suave y una boca ardiente. A un nuevo beso, la estatua despertó y adquirió vida, transformándose en una bella mujer real que se enamoró perdidamente del creador.
Para completar la felicidad del artista, Venus propició la unión y le garantizó la fertilidad. Del casamiento nació un hijo, Pafo, que tuvo la dicha de legar su nombre a la ciudad, consagrada a la diosa, que había nacido alrededor del santuario dedicado al numen de la atracción universal.
ORFEO Y EURÍDICE: A un solo paso de la felicidad
Cuentan que cuando Orfeo
tocaba su lira, no sólo los hombres, animales y dioses se quedaban
embelesados escuchándole, sino que incluso la Madre Naturaleza
detenía su fluir para disfrutar de sus notas, y que así, los ríos, plantas y
hasta las rocas escuchaban a Orfeo y sentían la música en su interior, animando
su esencia.
Más de una vez este mágico don le ayudó en sus
viajes, como cuando acompañó a los Argonautas y su canto pudo
liberarles de las Sirenas, o como cuando pudo dormir al dragón guardián del
vellocino de oro. Pero eso es otra historia y debe ser contada en otra ocasión…
Además de músico y poeta, Orfeo fue un viajero ansioso
por conocer y tener nuevas experiencias.
Estuvo en Egipto y aprendió de sus sacerdotes los cultos a Isis y
Osiris, y se empapó de distintas creencias y tradiciones. Fue un sabio de su
tiempo. Con tantas cualidades, no era de extrañar que las mujeres le admiraran
y que tuviera no pocas pretendientes. Eran muchas las que soñaban con yacer
junto a él y ser despertadas con una dulce melodía de su lira al amanecer.
Muchas que querían compartir su sabiduría, su curiosidad, su vitalidad.
Pero sólo una de ellas llamó la atención de
nuestro héroe, y no fue otra que Eurídice, quien seguramente no era
tan atrevida como otras y puede que tampoco tan hermosa.
Pero el amor es así, caprichoso e inesperado, y
desde que la vio, la imagen de su tierna sonrisa, de su mirada brillante y
transparente, se repetían en la mente de Orfeo, que no dudó en casarse con
ella. Zeus, reconociendo el valor que había demostrado en
muchas de sus aventuras, le otorgó la mano de su ninfa, y vivieron juntos muy
felices, disfrutando de un amor que se dice que fue único, tierno y apasionado
como ninguno.
Pero no hay felicidad eterna, pues si la hubiera,
acabaríamos olvidando la tristeza, y la felicidad perdería su sentido… y
también en esta ocasión sobrevino la tragedia. Quiso el destino que el pastor
Aristeo quedara también prendado de Eurídice, y que un día en que ésta paseaba
por sus campos, el pastor olvidara todo respeto atacándola para hacerla suya.
Nuestra ninfa corrió para escaparse, con tan mala fortuna que en la carrera una
serpiente venenosa mordió su pie, inoculándole el veneno y haciendo que cayera
muerta sobre la hierba.
Orfeo se lamentaba amargamente por la pérdida de
Eurídice. Consternado, tocó canciones tan tristes y cantó tan lastimeramente,
que todas las ninfas y dioses lloraron y le aconsejaron que descendiera al
inframundo en busca de Eurídice. Camino de las profundidades del inframundo,
tuvo que sortear muchos peligros, para los cuales usó su música, ablandó el
corazón de los demonios, e hizo llorar a los tormentos (por primera y única
vez). Llegado el momento, con su música ablandó también el corazón de Hades y
Perséfone, los cuales permitieron a Eurídice retornar con él a la tierra; pero
sólo bajo la condición de que debía caminar delante de ella, y que no debía
mirar hacia atrás hasta que ambos hubieran alcanzado el mundo superior y los
rayos de sol bañasen a Eurídice.
A pesar de sus ansias, Orfeo no volvió la cabeza
en todo el trayecto, incluso cuando pasaban junto a algún peligro o demonio, no
se volvía para asegurarse de que Eurídice estuviera bien. Llegaron finalmente a
la superficie y, por la desesperación, Orfeo volvió la cabeza para verla; pero
ella todavía no había sido completamente bañada por el sol, todavía tenía un
pie en el camino al inframundo: Eurídice se desvaneció en el aire, y ahora…
para siempre.
APOLO Y DAFNE: Un amor no
correspondido
Apolo,
el dios del sol y de la música, era un gran cazador. Éste quería matar a una gran serpiente, Pitón, que se escondía en el monte
Parnaso. Fue a buscarla y se enfrentó a ella con sus flechas, la hirió y la
mató. Los dioses estaban muy disgustados, puesto que Delfos era un lugar sagrado y no
les gustó nada la idea de que hubiera habido una muerte, aunque fuera de un
animal.
Los dioses querían vengarse de Apolo por lo que había hecho, pero Apolo reclamó
Delfos para sí. Se apoderó del oráculo y creó unos juegos anuales que se
celebraban en un anfiteatro, en la colina que había junto al templo.
Apolo,
orgulloso de su victoria, se burló del dios Eros por llevar arcos y flechas
siendo tan niño. Enfadado, Eros se vengó y le disparó una flecha de oro que le
hizo enamorarse locamente de la ninfa Dafne, mientras que a Dafne le disparó
una flecha de plomo que le hizo odiar el amor y especialmente el de Apolo. Dafne era una ninfa cazadora consagrada a Artemisa, y por lo tanto, rechazaba cualquier tipo de amor masculino, y, por supuesto, no quería casarse. De tal modo, el enamorado Apolo persiguió locamente a Dafne. Mientras, ella huía de él. Pero, poco a poco, Apolo fue reduciendo distancias y cuando iba a darle alcance, y se encontraba ya cansada, Dafne pidió ayuda a su padre, el río Pneneo de Tesalia. Apenas había escuchado su llamada, cuando todos los miembros se le entorpecen: sus entrañas se cubren de una tierna corteza, los cabellos se convierten en hojas, los brazos en ramas, los pies, que eran antes tan ligeros, se transforman en raíces, la rigidez ocupa todo su cuerpo y sólo queda en ella la belleza. Entonces Apolo, puesta su mano derecha en el tronco, advierte que aún late el corazón de su amada dentro de la nueva corteza, y abrazando las ramas con cariño, besa aquél árbol que parece seguir eternamente rechazando sus besos.
HIPOMENES Y ATALANTA: Haciendo
trampas en el amor
Un día una osa benevolente encontró una
niña recién nacida, llamada Atalanta, al pie de la montaña, que había sido
abandonada por su padre por ser mujer.
La osa la crió como a uno de sus hijos y le
enseñó a cazar y a recoger miel y bayas. Una vez que creció, se convirtió en
una seguidora de Diana la cazadora; vivía sola y era muy feliz recorriendo los bosques y los campos
inundados de sol.
Apolo, apoyaba su modo de vida y le
recomendó que no se casara nunca para no perder su identidad. Sin embargo,
siempre vivía rodeada de pretendientes. Cansada de tener que enfrentar esta
situación y para liberarse de ellos organizó un plan. Confiando en su destreza
física, los desafió a competir con ella en una carrera ; y el que la pudiera vencer
se casaría con ella, pero el que fuera vencido perdería la vida. Estaba segura de que con esta condición nadie querría
participar, ya eran lo suficientemente duras como para desalentar a cualquier
candidato, sin embargo muchos hombres estuvieron dispuestos a perder la vida.
Un día un extranjero llamado Hipómenes,
pasó por esa región y se enteró de la competencia. Se burló de los hombres que
participaban, pero en cuanto conoció a la bella Atalanta también quiso
arriesgarse para lograr ser su esposo. Era el nieto de Neptuno, dios del mar, un
orgulloso e intrépido caballero que la impresionó por su arrogante presencia.
Atalanta le pidió que se fuera, porque
temía por la vida de ese gallardo joven que la había conmovido y del que se
estaba enamorando. Sin embargo, a pesar de sus súplicas, él no
quiso ceder y con gran pesar tuvo que consentir en competir con él.
Hipómenes le rogó a la diosa Venus que lo
ayudara y ésta decidió hacerlo y así tener la oportunidad de castigar a
Atalanta por despreciar al amor.
Venus cortó tres manzanas de oro de un
árbol sagrado y se las dio al audaz caballero para que se las fuera arrojando a
la joven durante la carrera para distraerla y alejarla del camino. Era la única
manera de ganarle, porque era más veloz que el mismo viento.
Las dos primeras manzanas lograron hacer
retroceder a Atalanta para recogerlas llegando estar los dos a la par; pero la
tercera manzana era la última oportunidad, por lo tanto Hipómenes trató de
lanzarla lo más lejos posible.
Atlanta se disponía a ignorarla para no
perder la carrera, pero en ese momento de la decisión, Venus tocó su corazón y
le hizo abandonar el camino para recogerla, perdiendo así la carrera.
Hipómenes ganó así la competición gracias a
la ayuda de Venus, logrando ser el primero en ganar el premio, que le permitía
tomar a Atalanta como esposa.
Pero con el afán de ganar la carrera,
Hipómenes olvidó agradecerle a Venus el apoyo,
quien enfurecida por su falta de agradecimiento, con la ayuda de Diana, la
diosa de la Luna,
urdió un castigo para la pareja por haberla ignorado. Cuando ambas diosas los encontraron juntos
en el bosque, recostados sobre la hierba a la luz de la luna, decidieron
convertirlos en animales.
Fue así que esa misma noche sus cuerpos
comenzaron a experimentar grandes cambios y se transformaron lentamente en dos
poderosos leones. Cuando se despertaron a la madrugada,
comenzaron a rugir y no tuvieron más remedio que salir a cazar para poder
subsistir.
A partir de entonces, Atalanta e Hipómenes
vivieron juntos para siempre en las profundidades del bosque convertidos en
leones y dominados por la luna.
Dpto.de Latín Griego y Biblioteca
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