miércoles, 21 de mayo de 2014

EL MISTERIO DE LA PAMPA


PREMIO CONCURSO LITERARIO:
Paula Martínez Durán (1º ESO-A)

EL MISTERIO DE LA PAMPA

...y era en esa llanura extensa y sin apenas ningún tipo de planta, ni cultivo, donde escasamente volaban los pájaros. Ahí se encontraba la escalera. Una gran escalera de unos diez metros aproximadamente, o eso es lo que decían los que pudieron verla; con grandes y delgados barrotes negros, con un brillo peculiar y unos adornos vetustos y muy poco comunes. Incluso algunos se atrevían a decir que jamás habían visto un decorado tan extraño, pero a la vez tan atrayente, recitó Sandra, una profesora, querida por todos sus alumnos por su simpatía y dulzura.
Todos los alumnos se quedaron esperando a que prosiguiera con su cautivadora historia. Si mirabas alrededor podías ver las caras de concentrados y atraídos que tenían todos sus alumnos, excepto uno, llamado Mario, que al parecer estaba en su propio mundo, es decir, en la inopia.
Mario, estaba dibujando y no levantaba la cabeza del dibujo, estaba demasiado concetrado, ya que no perrcibía los comentarios y susurros que iban aumentando por segundos en su clase. Por un tiempo, sus compañeros dejaron de atender a la profesora, y uno a uno iba atisbando a Mario. Él estaba pintando con los ojos cerrados, y parecía que tenía tapones en los oídos porque no contestó ni a la profesora cuando intentó hablarle; es más, ni abrió los ojos para mirarla. Sandra, se dirigía poco a poco hacia donde Mario se encontraba sentado, al final de la clase, pero cuando la profesora estaba a unos cinco pasos de su sitio, Mario pareció despertar. Ya había salido de su "inopia". Cuando la vio casi al lado suyo sujetó el dibujo con la mano derecha y se le escondió tras la espalda.
¿Qué hacías, Mario? -curioseo su profesora, con un tono de voz distinto al que usaba normalmente.
-Nada-balbuceó Mario, con una voz insegura que daba la sensación de que ocultaba algo más que un simple dibujo.
La profesora intentó verlo, pero Mario no estaba dispuesto a mostrárselo ni a ella, ni a sus compañeros.
Como no quería que el resto de niños se distrajera con aquel inesperado e inusual percance, Sandra, persistió con su historia, y continuó por donde se había quedado.
-Como estaba diciendo-añadió Sandra, intentando continuar con su historia -la escalera excepcional y misteriosa, prácticamente nadie la había visto, ni había hablado de ella. Esta escalera fue conocida gracias a un niño, Charlie, de familia inglesa, pero que residía en América. Charlie, como de costumbre, a las ocho y media de la mañana aproximadamente, se levantó para garbear con su perro Toby, un husky de pelaje blanco y negro, y unos agraciados ojos azules, parecidos al color del mar tropical, con aguas cristalinas-musitó Sandra: pero paró unos segundos para tomar aire.
Sandra. miró por encima de sus gafas y pudo ver a Mario, dibujando otra vez con los ojos cerrados. Ella no dijo nada, pero mientras seguía leyendo su historia, le miraba de vez en cuando.
-Toby, el perro de Charlie.-prosiguió la profesora-vio las escaleras y decidió correr hacia ellas. Por mucho que Charlie voceaba que volviera a su lado, el perro la ignoraba. Charlie le quería mucho ya que era de las pocas cosas que se había traído de Inglaterra, y no deseaba perderlo. Ya que no se detenía. Charlie subió las escaleras apresurándose para poder cogerle lo antes posible, pero el perro era demasiado rápido, y poco a poco se iba alejando. La tensión y la preocupación empezaban a apoderarse del pobre muchacho. A Charlie no lo quedo otro remedio que seguirle. A medida que iba subiendo, sentía que el frío traspasaba la camisa y congelaba lo poros de su piel. En esos momentos, lo único que Charlie pudo divisar a lo lejos era una bandada de pájaros alborotando la calma de aquella mañana de primavera. Cuando él estaba tan ensimismado, con el bonito paisaje, escuchó el ladrido de su perro que continuaba subiendo y subiendo intentando alcanzarles. Por unos segundos se había olvidado de él. Decidió seguir trepando por aquella sofocante escalera -Sandra tragó saliva y tras una breve pausa continuó-Nunca mas se supo de ellos-la maestra observó los rostros de sus niños que la miraban con asombro. Todos, menos uno, Mario, que se había quedado dormido sobre su folio.
Sandra se acercó a él lentamente y cuál fue su asombro cuando descubrió que lo que había tenido tan absorto era el dibujo de la historia que ella había narrado.
En él se apreciaban perfectamente todas las sensaciones que la historia había causado en él y en el resto de los niños. El dibujo describía con maestría la soledad de un niño, sin amigos, cuya única compañía era su perro.


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