viernes, 23 de mayo de 2014

NUBES


PREMIO CONCURSO LITERARIO
 Elena López Rodríguez (4º-B) 

"Todo el mundo sabe que la magia no existe, que las hadas, unicornios, duendes, brujas, dragones, trastolillos, ojáncanos, sirenas, fénix, elfos y demás criaturas fantásticas son el el fruto de muchas mentes alocadas y muy pero que muy fantasiosas. Además, leer libros sin fundamento científico es algo improductivo, porque alimenta la mente con sueños que sólo te alejan más y más de la realidad, hasta un punto donde acaban mandándote directamente al manicomio".
Ana se sabía estas palabras de memoria. Su padre siempre andaba detrás de ella con la misma cantinela, sobre todo cada vez que encontraba un libro "contraproducente" (como él los llamaba), debajo de la almohada. Ana está harta de todo, de su padre, los médicos repitiendo la misma letanía de palabras todas las mañanas, que sí nunca volvería a andar, que si debía reposar hasta que supiesen la causa de su enfermedad, que si estaba pálida, que si comía poco, que si lo que le pasaba era algo insólito para la medicina del 2016...
Un maullido lastimero interrumpió sus pensamientos. Era Roger, su único amigo. Roger fue el último regalo de su madre, Selena, antes de que desapareciera sin dejar rastro hace unos cinco años. Es un gato de color parduzco, bastante grande y con unos extraños ojos verdes, que parecen saberlo todo. Siempre tiene ganas de jugar, es muy glotón y le cae bien a todo el mundo.
Contrasta mucho con la personalidad de Ana, que por el contrario es muy reservada, siempre parece triste y tiene mucho carácter. En el fondo, es buena persona, dulce, pero sólo su padre y Roger conocen esas facetas suyas. Para el resto del mundo, es una chica de catorce años  un poco rara, delgada, ojos marrones, pelo rubio ceniza, alta y aparentemente ser un poco desgraciada. Normal, piensan muchos. Cuando su madre despareció, su padre se mudó a una casa de la C/Capitán Cortés, con su hija y el gato. No la deja salir sola por miedo a que le ocurra algo y como es un científico muy prestigioso de Cantabria, casi no tiene tiempo para su hija, así que ella permanece recluida en su cuarto.
Su única distracción son los libros. A ser posible, cuanto más fantásticos mejor. Os preguntareis ¿Y como los consigue, si su autoritario padre no los permite?
Pues bien, aparecen debajo de su almohada. Inexplicablemente, cada vez que termina un libro, le deja bajo la almohada y aparece otro nuevo. Su padre está seguro de que tiene una especie de biblioteca escondida en su cuarto, pero no la encuentra y eso le frustra mucho.
Por estas y otras razones, Ana y su padre estaban algo distanciados, sólo se saludaban cuando se cruzaban por los pasillos.
Antes, Ana necesitaba su ayuda para subirse y bajarse de la silla, pero con el tiempo aprendió a hacerlo sola por propio orgullo.
Así seguían las cosas en casa de los Quevedo, cuando un 26/07/2926 por la noche, Ana estaba leyendo en cuarto y su padre entró a la habitación. Tuvieron una discusión muy fuerte. más que las anteriores, por culpa de los dichosos libros. El intercambio de opiniones quedó zanjado cuando el padre de Ana, Don Raimundo, le arrebató el libro de las manos y lo tiró por la ventana, mientras Ana gritaba una y otra ves: ¡Te odio!.
El padre se marchó del cuarto sin mirarla siquiera. Ana terminó por quedarse dormida con el único pensamiento de escaparse a la mañana siguiente, lejos de aquella casa infernal. Así pues, al día siguiente, aprovechando que su padre trabajaba, abrió la puerta del garaje y encendió laluz.
Ante ella se alzaba un imponente globo aerostático, de color azul cielo y con una cesta para los pasajeros en el extremo. Ana habia visto cómo encendía su padre el globo millones de veces.
Cuando su madre aún estaba con ellos y ella aún podía andar, solían ir a dar una vuelta en globo todos los sábados, como una familia feliz. Esos tiempos quedaron atrás y Ana lo lamentaba, pero seguía enfadada así que sin pensárselo dos veces encendió el aparato. Pese a ser un máquina enorme, estuvo listo y preparado en unos minutos. Ana abrió el techo del garaje, se subió a la cesta con Roger y el globo despegó automáticamente.
La vista desde el globo era magnífica, ni una sola nube obstaculizaba la visión y por todas partes se veía la alegría que trae el verano. Niños jugando en los parques, señoras mayores sentadas a la sombra de los árboles, probablemente intercambiando anécdotas de su juventud, y muchas familias dando paseos sin prisa, disfrutando del momento. Ana nunca se había sentido tan fa feliz y observaba todo con curiosidad. Poco a poco se fueron alejando de Santander, elevándose más en el aire.
Después de varias horas viajando, Ana comenzó a sentirse cansada, así que se tumbo en la cesta abrazada a Roger. No tardó en dormirse, gracias al vaivén de la cesta.
-¡Ay!, A esto le llamo yo tener un mal despertar...-dijo una voz.
-¿Quién eres? ¿Cómo te atreves a subirte en mi globo? -gritó Ana.
-Vale, vale, perdona. Empecemos de nuevo. Hola, me llamo Elquebailasobrenubesdealgodonenprimavera. ¿Y tú?
-¿Ehhh? A ver, no, no...Qué haces TÚ aquí? ¿Cómo has subido?-
-Mmm pues supongo que como la gente normal...por la puerta de la cesta.
En ese momento, Ana se percató de que el globo estaba quieto. Se levantó cuidadosamente y cuál es su sorpresa que...¡está encima de una nube! Lo más sorprendente es que en ese suelo nuboso se intuye un camino rodeado por flores-nubes...Ana no podía creer lo que veía.
-¿Dónde estoy?-Preguntó Ana.
-En una nube-respondió Nube.
-¡No!, ¿En serio?
_Eres muy maleducada ¿lo sabías? De todas formas, esto son las afueras del palacio Odereuq. La reina me ha mandado a por tí, así que venga, acompáñame "sin nombre".
-Es A-N-A. pero de acuerdo te seguiré-
Ana se giró en dirección a la puertecita del cesto. Entonces, por primera vez, se fijó en el chico que la miraba con expresión divertida. Tendría unos catorce años, como ella. pelo negro, estatura media, ojos claros de mirada penetrante y constitución fuerte. Al mirarle,Ana sintió un hormigueo en el estómago. Alarmada por la puerta de sus nuevos sentimientos, echó a andar como si nada y le empujó al salir por la portilla. El chico la miró asombbrado, pero no dijo nada. Al pisar el suelo nuboso, a Ana le recorrió un cosquilleo por todo el cuerpo. Era extraño sentir una nube bajo el pie, sobre todo porque no se hundía, como si volara.
Al cabo de un rato, Elquebailasobrenubesdealgodónenprimavera, se acercó a Ana y empezó a hablar con ella. Ana se fue dando cuenta de la cantidad de cosas que tenían en común y de que nunca había conocido a un chico como áquel.
De repente, Ana salió de su ensimismamiento y se encontró con que Roger no estaba por ningún sitio. Al preguntarle a Nube, este le dijo que no había visto ningún gato. Siguió hablando y consiguió que Ana se olvidase de nuevo de su fiel amigo y protector, Roger. Después de unas horas de caminata, llegaron ante una puerta de madera ornamentada con piezas de oro macizo, franqueada por dos muros de nubes gigantes.
-Y ahora ¿qué hacemos?-preguntó Ana.
-Ana, es una prueba para ver si eres digna de entrar al palacio.
-¡No sé qué hacer!
-La clave está en pensar-resolvió Nube.
Molesta, Ana se volvió hacia la puerta y se acercó a ella.
Un murmullo llamó su atención. Parecía un coro de voces hablando todas a la vez sobre temas diferentes. En un principio, no entendía nada, pero luego fu escuchando una voz que destacaba por encima de las demás, pero no conseguía recordar de quien era. Aún así, supo qué hacer. Apoyó una mano en una de las hendiduras de la puerta y tarareó una melodía.
Nada más terminar, la puerta se abrió sin hacer ruido. Al otro lado había un pasillo muy oscuro, con una decoración parupérrima y una bifurcación al final.
-¡Bravo Ana ¡¡Eres genial!!-exclamó Nube, consiguiendo que Ana se sonrojase levemente.
-Sin más dilación, echaron a correr y llegaron a la bifurcación. Ana en un primer momento, fue hacia el camino de la derecha, pero Nube la detuvo.
.Confía en mi, no es por ahí. Ese camino lleva a una muerte segura-dijo Nube, preocupado.
Ana asintió, y justo antes de que pisse el camino de la izquierda, Roger entró por el mismo pasillo por el que ellos entraron y se abalanzó sobre Nube, empujando hacia el pasillo de la izquierda.
Nada más rozar el suelo, este despareció dejando en su lugar un vacío negro, del que emanaba un olor inmundo a podrido y además se oían con claridad gritos pidiendo ayuda.
Impotente, lo único que pudo hacer Ana fue ver cómo Roger desaparecía con Nube en el abismo. Entonces se dio cuenta. Roger la había salvado, incluso después de que ella casi se olvidara de él.
Rompió a llorar desconsolada, por su culpa su amigo había muerto, por culpa de su ingenuidad al haber confiado en un desconocido. Nunca supo cuánto estuvo mirando el vacío, llorando, pero llegó un momento en el que tomó la resolución de seguir, así que dio media vuelta y siguió por el pasillo de la derecha.
Iba arrastrando los pies, apesadumbrada, hasta que vio una luz blanca cegadora que salía del fondo del pasillo.
Algo más animada, llegó al final del pasillo y se adentró en la luz. Cuando sus ojos se acostumbraron a la claridad, vio una sala de  mármol sin ventanas. En una de las paredes había una estantería gigante llena de libros. Ana reconoció algunos de los títulos, eran los libros que le gustaban leer.
Entonces, se fijó en la figura que aguardaba en el centro de la sala. La reconoció al instante. Su madre. Lo que escuchó en la puerta había sido su voz.
Corrió a abrazarla y madre e hija se fundieron en un cálido abrazo.
-¡Mamá! ¿Dónde has estado todo este tiempo? ¡Vuelve a casa!
-No puedo Ana. Si saliese de aquí desaparecería. Debo quedarme.
-¿Por qué? -insistió Ana.
-Cuando seas mayor lo entenderás hija mía, por el momento no puedo decirte mucho más. Ven, quiero enseñarte algo -dijo su madre, Lisa, con ternura.
Las paredes de mármol cambiaron y se convirtieron en paredes de cristal, a la vez que la estantería desaparecía.
Ana se acercó al cristal y vio una cuidad en una nube.
Desde la posición en que se encontraba podía ver toda la ciudad con sus límites nubosos, como una fortaleza en el aire, con edificios de estilo romano en su interior.
Unos extraños caballos con alas, llevaban a la gente de un lado para otro. Ana nunca habia visto nada igual. Era la ciudad de sus sueños.
-Ahora Ana, debes volver a casa, junto a tu padre. Pero quiero que me prometas una cosa, nuca dejes de soñar, porque con personas como tú es como se construyen estos lugares. Yo a cambio te prometo que nos volveremos a encontrar aquí en un futuro.
Te lo prometo, pero...
-Te quiero Ana, nunca loo olvides. Por cierto no te preocupes por Roger -dijo mientras le guiñaba el ojo.
¡Espera! ¡No! Tengo que hacerte muchas preguntas! Suplicó Ana.
Ana abrió los ojos. La luz entraba por su ventana. Escuchó voces por el pasillo, los médicos acababan de llegar.
De golpe, todo le vino a la mente. Su viaje, la puerta, Nube, Roger, su madre... y quiso ir a contárselo todo a su padre.
Intentó levantarse, pero se cayó de la cama. Vio su silla de ruedas y recordó que para su viaje no la había necesitado.
En vez de derrumbarse, pensó en lo que le había dicho su madre. Hizo un último esfuerzo y finalmente consiguió levantarse. Justo a tiempo. Entraron los médicos y la miraron boquiabiertos. Su padre, la miró con asombro y empezó a tartamudear.
-Es, es, es...imposible.
-Si crees nada lo es papá-replicó Ana.
Algunos messes después, Ana ya iba al instituo, hizo nuevos amigos pero nunca se olvidó de Roger y nuca le contó a nadie lo ocurrido aquella noche.
Un día volvía al instituto y vio unas cajas en la puerta de la casa de su vecinos. Al parecer había nuevos inquilinos. Llamó a la puerta pasa saludarles y le abrió un chico de su edad, con unos extraños ojos verdes y pelo castaño-¡Hola! Soy Rubén, aunque si lo prefieres puedes llamarme Roger!





1 comentario:

Blina dijo...

Precioso relato.
Enhorabuena a Elena.